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Huir también es pertenecer

Se suele pensar que la pertenencia está ligada a quedarse donde uno ha nacido. Desde la cuna hablar la lengua del lugar, conocer los nombres de las calles y las historias que las atraviesan. Pero ¿qué ocurre cuando quedarse se convierte en un privilegio demasiado caro, tanto que uno se juega la piel? ¿Cuando la única forma de sobrevivir es marcharse?

  

Studioruano / TNC

En La tercera fuga, obra que Victoria Szpunberg ha escrito con Albert Pijuan y dirige en la Sala Gran del TNC, la pertenencia no deriva del territorio, el idioma o una genealogía enraizada. Recorre un siglo de historia, desde la ciudad ucraniana de Berdíchiv hasta la Barcelona actual, pasando por la Argentina de la dictadura militar, y lo hace siguiendo los hilos de una familia judía marcada por la diáspora. Pertenecer, en vocabulario szpunberguiano, significa resistir, encarnar, recordar. También hablar, reír y cargar con la memoria de los vaivenes de tres generaciones en más de una lengua, testimonio de un largo periplo.

En ‘La tercera fuga’ de Victoria Szpunberg, la pertenencia no deriva del territorio o el idioma

Szpunberg –nacida en Buenos Aires­, criada en El Masnou, hija de exiliados argentinos y nieta de judíos del imperio ruso– no nos ofrece un relato del trauma. Hace teatro en catalán, atravesado por otros idiomas, con gracia, ironía y rituales que encarnan la memoria, colocan el cuerpo en el centro y hacen visibles las fronteras. El texto arranca con una boda que se trunca por un pogromo. “Una boda és com un enterrament, però amb músics”, se dice.

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Más adelante, en un delicado homenaje, aparece un cameo de la poesía del padre de la autora, Alberto Szpunberg. Y en todo sobresale una forma de escribir szpunberguianamente, hecha de fisuras, mezcla, sentido crítico y humor como escudo. No encontramos discursos esencialistas ni exhibiciones íntimas. Sí hay historia, arte, parodia, música, un rabino impostor y coaches que enseñan acento porteño o catalán.

En La tercera fuga pertenecer no es enarbolar una identidad, sino habitarla como territorio en disputa. Ensancha la catalanidad no por añadir un origen foráneo, sino por mostrarla capaz de acoger lo que ha tenido que reinventarse para poder decirse. Huir es una forma radical de pertenecer, de preservarse y complejizar la mirada. En el caso de la familia de la autora, fue la manera de seguir narrándose.

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