Palabras contra misiles

En el avión de regreso, mientras los pasajeros acomodan maletas y se hunden en sus asientos, aún resuenan en mi cabeza las conversaciones de la Feria del Libro de Bogotá. Bajo el lema “Una cultura para la paz”, Antonio Monegal, comisario de la participación de España como país invitado de honor, ha reunido a una constelación de voces –diversa en orígenes, sensibilidades y generaciones– para pensar la literatura en relación con la violencia, la memoria y la historia.

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Un hombre llora en la pizzería de Kramatorsk donde cayó el misil ruso en junio del 2023 

Genya Savilov/ AFP

Por el pabellón español también pasó el escritor de Medellín Héctor Abad Faciolince, con quien conversé en la sesión Literatura y conflicto, moderada por Monegal, a propósito de su último libro, Ahora y en la hora. Lo que narra comenzó con un mensaje de dos editoras ucranianas –jóvenes y determinadas– que le expresaron su deseo de publicar El olvido que seremos en su idioma: “Una apuesta por la alegría y la esperanza de un país que defendía orgullosamente una independencia y una identidad recuperadas hacía menos de treinta años”. Cuando Faciolince visitó Kyiv, Ucrania ya no era la misma: cumplía su segundo año de guerra. Viajó allí porque –como él dice– “no es la geopolítica ni la ideología, sino las personas las
que nos enseñan a querer a las naciones”.

Héctor Abad Faciolince escribe en su último libro sobre la tragedia que vivió en Ucrania

La tragedia ocurrió cuando, pese a sus reticencias, el grupo con el que iba decidió improvisar una visita cerca del frente para recoger impresiones de primera mano. Los acompañaba la joven escritora ucraniana Victoria Amélina, que quería despedirse del Donetsk: después de documentar crímenes de guerra, tenía previsto irse a París con una beca de escritura. Con ella intercambió el asiento en la pizzería de Kramatorsk donde habían ido a cenar, justo antes de que un Iskander cargado con media tonelada de explosivo matara a trece civiles, entre ellos a Amélina, e hiriera a decenas. 

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Ese fatídico instante –el local lleno, un misil hipersónico ruso– es el corazón del libro. En su elegía, escrita con mano temblorosa, Faciolince, página a página, busca las palabras justas tras la conmoción.

Entre el estruendo y la esperanza, la literatura avanza sin blindaje. Donde la historia exige síntesis, la literatura acoge los detalles emocionales capaces de transmitir la verdad íntima de un drama colectivo.

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