Las palabras del obispo emérito de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla, que afirmó el pasado lunes en una homilía en la basílica de la Anunciación de Alba de Tormes (Salamanca) que la discapacidad es “herencia del pecado y del desorden de la naturaleza” han causado un estupor general. El Gobierno ha llevado a la Fiscalía estas afirmaciones, por la que el propio obispo ha pedido disculpas “si alguien se ha sentido ofendido”. Ahora ha sido el turno de la Conferencia Episcopal.
La cúpula de la Iglesia española no está habituada a reprender en público a uno de sus miembros, pero acaba de propinar lo que se conoce como una bofetada sin mano. Los prelados integrantes de la Comisión para la Evangelización, Catequésis y Catecumenado han hecho pública una nota en la que agradecen a las personas con discapacidad “su espíritu de lucha, su entrega, su capacidad de amar y de ser amadas”.
La nota no cita en ningún momento la polémica, que también ha llegado al Defensor del Pueblo, pero es una respuesta más que velada a las controvertidas declaraciones del obispo emérito, que lo complicó todo un poco más cuando trató de disculparse a través de un comunicado del obispado según el cual el Catecismo de la Iglesia Católica dice que “como consecuencia del pecado original, la naturaleza humana quedó debilitada en sus fuerzas, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al dominio de la muerte”.
El Ministerio de Derechos Sociales considera que actitudes así son “inaceptables”. La Oficina de Atención a la Discapacidad también ha abierto un expediente informativo en el que pedirá explicaciones a la Conferencia Episcopal. Una posible respuesta ha llegado a través de la Comisión para la Evangelización, Catequésis y Catecumenado, que recuerda un reciente documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Dignitas infinita.

La homilia
Ese texto “reafirma y confirma absolutamente la dignidad ontológica de cada hombre y de cada mujer (...), de ahí la convicción de que todo ser humano posee un valor único, que ha de ser reconocido, respetado, protegido y promovido en cualquier circunstancia en la que pueda encontrarse”. El informe elogia que “la sociedad actual haya ido tomando conciencia de manera progresiva de la centralidad de la dignidad humana y que muestre una sensibilidad especial hacia los más débiles”.
Dignitas infinita coincide con algo que siempre defienden las asociaciones de personas con discapacidad. Lo destacaron mucho, por ejemplo, en las campañas para sustituir la expresión discapacitados, que pone el acento en la circunstancia, por la de personas con discapacidad, que se centra en lo importante, el ser humano. Además, dicen estas fuentes, todos tenemos o tendremos en algún momento de nuestra vida una discapacidad.

Dos de los portavoces de la Conferencia Episcopa
Si nos rompemos una pierna y llegamos a una finca sin ascensor, tendremos una discapacidad. Son necesarios muchos ascensores metafóricos para ayudar a quienes están en esta situación. Algo de eso dicen los obispos cuando recalcan que “todos somos discapacitados (sic) y tenemos necesidad de los demás. El mensaje del papa Francisco cobra en este sentido una fuerza especial: ¡nadie se salva solo!”.
Más que buscar argumentos para respaldar la homilía de Juan Antonio Reig Pla, como hizo él, la Comisión para la Evangelización, Catequésis y Catecumenado explica que “la creación entera es obra del amor de Dios”, por lo que “cabría preguntarse: ¿por qué existe el mal y el sufrimiento en el mundo?” La respuesta teológica es el pecado original, “por el que la naturaleza humana quedó debilitada, sometida a la ignorancia, al sufrimiento, dominada por la muerte e inclinada al mal”, señala la nota.
Todo ser humano posee un valor único, que ha de ser reconocido y respetado”
Eso explicaría “la asociación de la enfermedad con el pecado, especialmente en el Antiguo Testamento, y que Jesús, como signo de la presencia del Reino de Dios entre nosotros, curara toda dolencia al tiempo que perdonaba los pecados, ofreciendo una salvación integral capaz de restaurar a la humanidad herida por el pecado y sus consecuencias. Solo desde esta perspectiva puede vincularse la enfermedad al pecado, en tanto que este afecta existencialmente a todo ser humano”.
Y todos, concluyen los miembros de la comisión, “a pesar de la fragilidad de nuestra existencia, gozamos de una dignidad infinita e inalienable, de la que la Iglesia ha sido firme defensora a lo largo de la historia, antes incluso de que fuera reconocida por la Declaración Universal de los Derechos Humanos”. Por ello, instan a “reconocer en cada persona con discapacidad, incluso con discapacidades complejas y graves, una contribución singular al bien común a través de su biografía personal, sabiendo que la dignidad de cada persona no depende de la funcionalidad de sus cinco sentidos”.