El proyecto Sumar comenzó a debilitarse el mismo día en el que Yolanda Díaz lo presentó en Magariños, aupada por el ecosistema mediático madrileño, un 2 de abril de hace ahora dos años. Cimentado sobre propuestas políticas alternativas a la izquierda del PSOE, pero también para medir fuerzas con Podemos y arrinconar a Pablo Iglesias, eludió valorar las consecuencias inmediatas que esta confrontación podría tener en el proceso electoral del 28-M en algunas periferias. Paradigmático fue el caso valenciano, en el que la fractura de los líderes de ese espacio que tanto inquieta a Pedro Sánchez sumió a ese electorado en la confusión de referencias, con Díaz indecisa entre arropar a Compromís (herido tras la dimisión de Mónica Oltra) o a Héctor Illueca, en plena campaña electoral; lo que dificultó a Unidas Podemos UP, alcanzar el ansiado 5% (obtuvo solo un 3,57% y 127.000 votos menos que en el 2019) para entrar en les Corts Valencianes. Ximo Puig dejó de ser president y el Botànic fue derrotado, en parte, por el error de Magariños, y UP desapareció de todas las instituciones.
Lejos de aprender del error, que otorgó a Vox la oportunidad de establecer alianzas con el PP en algunas periferias e iniciar una tendencia a la derecha extrema en varias autonomías cuyas consecuencias están ahora contaminando toda la política española, las facciones, muy jacobinas, mantuvieron, y mantienen, su tragedia en el escenario donde todas las ficciones políticas parecen posibles: Madrid. Porque dos años después de Magariños, las posiciones entre Sumar, ahora Díaz en un pretendido segundo plano, y Podemos, con la dialéctica afilada de Pablo Iglesias, siguen atrincheradas sin opción de entendimiento, a pesar de los movimientos pacificadores de Antonio Maíllo y de IU. Sucede cuando Europa habla de “rearme” y cuando todas las izquierdas europeas se debaten entre la convicción y el pragmatismo, mientras las derechas democráticas, a excepción de la española, refuerzan alianzas ante la amenaza bélica que se extiende al Este de Europa.
Sumar comenzó a debilitarse el mismo día en el que se presentó, hace dos años
En el caso español, se observa la dificultad de Sánchez para navegar entre su convicción europeísta y el pacifismo de gran parte de la sociedad española y de su partido; de ahí los eufemismos a la hora de referirse a la seguridad. A su izquierda, Podemos presenta un discurso nítido y contundente, desde el principio; con un “no a la guerra” que aleja toda duda ante este amenazante contexto internacional, y especialmente europeo. No es así en el caso de Díaz, que se ha instalado en el dilema y la incomodidad, entre su papel institucional y su protagonismo orgánico, justo lo contrario de lo que precisan los que aún creen en un partido que quiere, tras un anunciado proceso de recomposición interna, presentarse, renovado, nuevo, como hace dos años. Entonces el proyecto ya mostró graves carencias estratégicas, con trágicas consecuencias en las periferias. Ahora, el nuevo capítulo corre el riesgo de convertirse en un epílogo de aquel viaje que comenzó un 2 de abril en Magariños.