Cuando viajar era descubrir

Llega a mis manos el último libro de Fermín Bocos, Cuando viajar era descubrir , tan ameno e interesante como especialmente oportuno en esta primavera, ya amago de verano, en la que cuál más, cuál menos todos están pensando en los viajes vacacionales.

El libro de Fermín Bocos, que está muy bien escrito, algo que, en estos tiempos de sintaxis anémica, se agradece, va dedicado a Esther Eiros­, directora entre 1990 y el 2022 del programa Gente viajera, y a dos amigos desaparecidos, Manu Leguineche y Javier Reverte, de los que trata en sendos capítulos.

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Isabella Bird 

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A mi juicio, lo más sugerente del texto de Bocos es la inclusión de diversas viajeras, algunas poco conocidas, pese a sus vidas tan fascinantes y la intrepidez de sus compor­tamientos, en épocas poco proclives para que las mujeres emprendieran periplos sin la compañía protectora de un hombre, marido, padre o hermano.

Como cabía esperar, destaca Egeria, patrona de los trotamundos, identificada con una monja, aunque algunos dicen que no era tal sino una dama importante de la Gallaecia romana que, en el siglo IV, inició desde allí un largo periplo a Tierra Santa, del que dejó constancia en el manuscrito Itinerarium Egeriae, Peregrinae ad Loca Santa.

La escritora suiza Annemarie Schwarzenbach viajó por España durante la Guerra Civil

El viaje a los Santos Lugares ha sido entendido por los cristianos como una peregrinación, aunque no obligatoria, como la de los musulmanes a La Meca, sí muy tenida en cuenta por los creyentes, en especial por los más fervorosos. No obstante, igual que ocurre hoy con el camino de Santiago, la visita a Tierra Santa servía de excusa para emprender un viaje a quienes, como le ocurre a la austriaca Ida Pfeiffer, necesitaban cambiar de aires y estaban dispuestas a hacerlo solas sin importarles lo que esto implicaba.

También los Santos Lugares estaban en el proyectado recorrido de la excéntrica lady Hester Stanhope, fascinada por Oriente y de manera especial por Palmira, adonde llegó con una caravana majestuosa, en la que no faltaban ni sobraban, para tales magnificencias, cincuenta camellos y que dejó boquiabiertos a los beduinos.

Gertrude Bell, sobre cuya vida se filmó la película La reina del desierto, es otra de las mujeres escogidas por Bocos. Bell viajó a Jerusalén, Petra y Palmira y más adelante a Persia. Su libro Postales persas da cuenta de su estancia en aquel país. Continuó sus periplos por Oriente, acompañada eso sí de una comitiva a su servicio. Al parecer fue espía, como ocurría con otros muchos viajeros, algunos, visitantes, durante el siglo XIX, del archipiélago balear, como el archiduque Luis Salvador de Habsburgo.

El autor se detiene en contarnos como fueron los viajes de Mary Kingsley por África y cómo debió de ser la estupefacción de algunos nativos al verla, puesto que era la primera vez que contemplaban una mujer blanca. Trata también sobre Isabella Bird, que desafió a sus compatriotas británicos, cuya inmensa mayoría consideraba, como lord Curzon, presidente de la Real Sociedad Geográfica de Londres, que “el sexo y el entendimiento de las mujeres las hacen ineptas para la exploración. Este tipo de trotamundos femenino es uno de los mayores horrores de este fin de siglo XIX”.

El caso de Bird es muy curioso ya que, al parecer, utiliza su viaje como terapia, pero no para olvidar un fracaso sentimental o la muerte de un ser querido, como hicieron después algunos europeos y norteamericanos ricos, sino para intentar curarse, tratando de aliviar su persistente dolor de espalda. Algo que, gracias a sus recorridos sanadores, parece que consiguió, aprendiendo a convivir con la dolencia

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No olvida Fermín Bocos dedicar unas páginas a la reina del crimen, la gran novelista Agatha Christie, sus gustos de trotamundos son de sobra conocidos. Tampoco a Dervla Murphy, pionera de los largos trayectos en bicicleta, hoy ya poco exóticos dada la cantidad de aficionados a ello.

Se ocupa igualmente el autor de Ella Maillart, reportera, compañera de viaje de Peter Fleming, el hermano de Ian, el creador de James Bond. Aunque tal vez su mayor homenaje se lo dedica a la escritora Annemarie Schwarzenbach, viajera también por España durante la Guerra Civil, que, “tras devorar la vida, murió a los 34 años, precursora de la mujer independiente de nuestros días”. Un libro magnífico. No se lo pierdan.

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