Sartre enfatizó el domingo declinante e intelectual. Con regusto a ceniza y la vista puesta en el lunes. Un domingo que es “más que un día más” y que se empuja en desorden. Como las náuseas. Y Umbral desmigajó el domingo urbano, sucio y circunstancial. Castizo. Patético. Expuesto. Fuera de la jaula de cristal del trabajo diario, dejándote cara a cara con tus miedos y tu vida. Con sus manzanas envenenadas. Los domingos, ¿por qué?, llegan siempre cargados de amenaza y de nada. Es mejor no plantarles cara. No tentarlos. Y quedarse en casa.

Estoy de pie. En plena calzada. Rodeada de vehículos desocupados con el motor en marcha. Un gran vacío a lo Mad Max, cuando un corro de caras asustadas escudriña el fondo de mis pupilas. Un sueño de domingo –¡cómo me fastidian los domingos!, chillo en silencio, irritada– pero teñido en gris y rojo. Lluvia y sangre. Mis pies sobre una línea negra brillante. Ancha como tres piernas. Y más allá un charco en un púrpura exquisito. Me emociono casi hasta la lágrima pensando que esa belleza, la sangre que ahora me nubla la vista, es la que corre por mis venas. Me cuentan que me tiró la raya. La raya y la lluvia, dicen para tranquilizarme.
¿Qué hacemos con la bici? ¿Cómo te llamas? Jordi Cruyff, respondo dignamente. Una loca con la cara rota, piensan y, claro, se preocupan, hasta que aclaro que sé que ese no es mi nombre. Que es el de quien, en este trance absurdo, he visto hace nada a mi izquierda. ¿Qué hace este tipo en mi sueño?, me cuestiono fascinada.
El Ayuntamiento debe hacer obligatorio el casco aun arriesgando su tambaleante movida del Bicing
Entonces las caras avanzan incrédulas. Las veo dobles y espantadas. Y vienen urbanos y mucha gente vestida en negro seguridad para desalojar la zona. Cuando llega la ambulancia y el abrazo de una silla en el sucio blanco de chiringuito de playa (¡magia!, ¿cómo he llegado a Sants? ) al fin despierto. No es un sueño. Es la vida. Y sí, es Cruyff quien, junto a tres rostros que luego me van a dar su nombre, me ha recogido del suelo. Me hablan de un accidente, el mío. De que podía haber sido muy serio. Pero sonrío feliz porque la gente es buena –suspiro ensangrentada–, capaz de regalar su tiempo en un domingo de mierda.
Además he entendido, por fin, que ir sin casco es de locos. Que el Ayuntamiento debe hacerlo obligatorio aun arriesgando su tambaleante movida del Bicing. Y debe corregir frenos, sillines y suspensiones de sus máquinas. Y los bolardos atropellados. Y los boquetes. Y finales de trayecto inesperados. Y toda raya capaz de convertir un patinazo en accidente. Quien calla pierde la batalla, pienso, cantando, mientras juro que a partir de ahora iré con casco y los domingos los pasaré en casa. “Nada en el domingo”. Lo que no sé es si denunciarlo. Ni sé si, como las multas, las hostias municipales prescriben.