Gracias, presidente Trump

Ha puesto el mundo patas arriba y ha instalado la corrupción en el despacho oval. Ha convertido la presidencia en una sociedad anónima desde la que impulsa los negocios familiares y pacta con sátrapas de credenciales criminales sin ruborizarse. Desde que Donald Trump regresó a la Casa Blanca, los límites de la ética se han convertido en una referencia indefinida y el Gobierno de los plutócratas sin escrúpulos ha substituido a la democracia parlamentaria. La lista de desatinos es colosal, pero en su estulticia anida su penitencia.

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Von der Leyen, Starmer y Costa en la presentación del acuerdo UE-Reino Unido 

Jason Alden / Bloomberg

Sin Trump en la presidencia norteamericana, el centroizquierdista Mark Carney no sería primer ministro de Canadá, ni el izquierdista Anthony Albanese, de Australia, ni tampoco el centrista proeuropeo Nicusor Dan, futuro presidente de Rumanía. Tampoco Polonia podría soñar con un presidente liberal, ni el conservador Christian Stocker ocuparía la cancillería austriaca, ni los jueces alemanes hubieran embridado la neofascista AfD y quién sabe si Marine Le Pen hubiera sido inhabilitada cinco años en Francia por malversación de fondos.

Sin Trump, Europa no hubiera despertado de su siesta de ocho décadas

Sin Trump, Europa no hubiera despertado de su siesta de ocho décadas para descubrir que sin un pilar defensivo propio son carne del cañón ruso, ni Francia y Polonia hubieran cerrado un pacto de protección mutua bajo el paraguas nuclear francés, ni por descontado el Reino Unido y la Unión Europea hubieran acabado con sus pueriles peleas para superar el Brexit y restablecer acuerdos en defensa y comercio.

Acepto que es una visión voluntarista e incluso optimista, porque el voto de extrema derecha en Occidente no es una moda pasajera, sino una realidad estructural fruto del desencanto y las sombras económicas que atenazan el futuro. El avance de las fuerzas conservadoras y sobre todo de las formaciones que cuestionen los fundamentos de la democracia es innegable. El ejemplo de Chega en Portugal o los ultraconservadores en Polonia demuestran que el péndulo de la historia sigue decantado hacia la derecha y no ofrece síntomas de reequilibrio.

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Ramon Rovira
Las calles de la ciudad sin luz durante el apagón, a 28 de abril de 2025, en Barcelona, Catalunya (España). Un apagón eléctrico ha asolado España, Portugal y parte de Francia a las 12.30h. de la mañana. Sin saber aún las causas concretas del apagón, poco a poco se recupera el suministro eléctrico en todas las regiones de la Península Ibérica. Algunas ciudades y municipios han estado más de 12 horas sin luz, y otras zonas aún no la han recuperado.

Hasta ahora inventos como los cordones sanitarios han parcheado la hemorragia y han evitado mayoritariamente que las ideas alumbradas en los años treinta del siglo pasado vuelvan a los gobiernos. Pero el futuro no pinta bien porque los partidos tradicionales son incapaces de ofrecer propuestas ilusionantes, mientras los ultras colocan un crecepelo de efecto fulminante que se vende muy bien entre los que han perdido la fe. La alternativa es una inmersión fría en la cleptocracia de Trump, un buen antídoto para descubrir a los falsos profetas.

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