El malestar acumulado a lo largo de este siglo ha acabado explotando como un volcán. Es un volcán del que sale un magma político que amenaza con abrasarlo todo a su paso. Los políticos que han recogido mejor la rabia y decepción de tanta gente con la democracia y, sobre todo, con su dimensión representativa, son figuras que destacan por despreciar los partidos tradicionales y los estilos clásicos de liderazgo. Estoy pensando, entre otros, en Donald Trump, Javier Milei, Beniamin Netanyahu, Jair Bolsonaro, Giorgia Meloni, Nayib Bukele y Marine Le Pen. En España, creo que quien mejor encaja en ese molde no es Santiago Abascal, sino Isabel Díaz Ayuso.

Son todos ellos líderes que, ya sea estando en la oposición o en el gobierno, se reclaman distintos a la clase política de siempre. A diferencia de los otros líderes, estos no tienen pelos en la lengua ni se andan con rodeos. Pueden mandar callar a un periodista, reírse en la cara de un rival o insultar a quien les lleve la contraria. Mienten con desparpajo y regodeo. Su tono suele ser desafiante, hasta el punto de que pueden decir cualquier tontería para mostrar con ello que se sienten todopoderosos, que nada les frena. Trump ha dicho recientemente que Estados Unidos había gastado 50 millones de dólares en condones para Gaza que los palestinos emplean en la fabricación de explosivos. Es solo un ejemplo de majadería de las docenas que ha pronunciado desde que fue nombrado presidente hace unas pocas semanas.
Mucha gente admira a líderes que ponen en marcha políticas audaces que rompen los consensos existentes
Con este estilo tan peculiar y desacomplejado, marcan una diferencia, son fácilmente reconocibles y logran encarnar un cierto espíritu rupturista, incluso rebelde, que hace las delicias de muchos de quienes se declaran hartos de los partidos tradicionales.
Si solo fuera por lo que acabo de describir, estaríamos hablando de líderes histriónicos, pero no necesariamente peligrosos. Sin embargo, la cosa no se queda en un mero estilo discursivo. En coherencia con ese estilo, los líderes mencionados presentan una característica mucho más temible. Todos ellos sobresalen por hacer gala de una ferocidad inusitada. Son crueles en general, pero sobre todo con los más débiles. Quieren demostrar que carecen de escrúpulos.
Veamos algunos de estos casos. Trump acaba de comenzar su mandato arremetiendo contra los inmigrantes sin papeles y las personas trans. Su propósito es que todos se convenzan de su determinación política, con total indiferencia hacia el sufrimiento y la injusticia que provocan sus decisiones. El gesto de impaciencia y fastidio que puso durante la misa en la que la pastora protestante Mariann E. Budde le pidió misericordia es la prueba concluyente de su frialdad moral.
En El Salvador, Bukele ha encarcelado a decenas de miles de personas como respuesta a un problema serio de inseguridad ciudadana. La tasa de encarcelamiento en aquel país es en la actualidad una de las más altas del mundo. No le ha temblado el pulso al encarcelar a menores ni saltar por encima de los procedimientos judiciales. Es verdad que desde que preside el país, en el 2019, la tasa de homicidios ha descendido, pero también descendió, incluso en mayor medida, en el periodo 2015-2019, sin una política tan severa como la que ha emprendido.
En Argentina, Milei está aplicando la motosierra al sector público y a los servicios sociales en nombre de la lucha contra la inflación. La situación económica había empeorado tanto antes de su llegada que, con tal de garantizar la estabilización de los precios, buena parte de la sociedad justifica su política indiscriminada de recortes, por mucho que agudice las desigualdades o condene a la pobreza a una parte importante de la población.
El caso más extremo es el de Beniamin Netanyahu. Aunque no suele incluirse su nombre en la lista de estos líderes de la extrema derecha, creo que hay razones sobradas para hacerlo. Al igual que los anteriores, solo que con un grado de dureza e inhumanidad muy superiores, ha reaccionado al ataque brutal de Hamas del 7 de octubre del 2023 con una operación de destrucción mucho más brutal aún que hace inviable la supervivencia del pueblo palestino en Gaza: no solo por los más de 47.000 palestinos muertos, sino también por la devastación que ha provocado en toda la zona y que imposibilita una vida digna en aquel territorio.
El gran desconcierto de nuestro tiempo consiste en que sectores crecientes de la población estén dispuestos a condonar o apoyar este tipo de políticas extremas. ¿Por qué tanta gente ve positivamente la política de la ferocidad? ¿De dónde procede esta especie de supresión de la empatía? ¿Acaso el malestar en sociedades cada vez más desiguales y con mayor inseguridad económica justifica una reacción de este tipo?
La interpretación más caritativa sobre lo que está sucediendo me parece que es la siguiente. Mucha gente valora los liderazgos mencionados no tanto porque esté plenamente de acuerdo con las medidas que se adoptan, sino, más bien, porque considera que, frente a la incapacidad de los partidos tradicionales para resolver problemas acuciantes, estos nuevos líderes están dispuestos a dar un golpe en la mesa y poner en marcha políticas audaces y espectaculares que rompen los consensos existentes. Probablemente muchas de estas personas se sentirían más cómodas con políticas menos feroces, pero prefieren la ferocidad a la inacción, la inercia y la cortedad de miras que se atribuyen a los partidos tradicionales.
Hay, pues, una admiración indisimulada ante líderes fuertes que se atreven a ensayar remedios que rompan el marco imperante, incluso si resultan de una ferocidad aterradora.