Frente al murmullo del Mediterráneo que baña la playa del Postiguet de Alicante, un grupo de lectores se reúne cada dos meses en la Biblioteca Azorín para rescatar del olvido la obra de uno de los escritores más brillantes y, paradójicamente, más descuidados de la literatura española: José Martínez Ruiz, Azorín. Este año se cumplen 152 de su nacimiento, una efeméride que pasó sin demasiado eco en su tierra, como si el tiempo hubiera decidido sepultar bajo la arena de la desmemoria a quien fuera un pilar de la Generación del 98. Sin embargo, entre estanterías cargadas de libros y bajo la atenta mirada de su retrato, un puñado de entusiastas se empeña en devolverle el lugar que merece.
El club de lectura Azorín en su biblioteca nació en marzo de 2024 como un acto de justicia poética
El club de lectura Azorín en su biblioteca nació en marzo de 2024 como un acto de justicia poética. Sus integrantes, guiados por el profesor y experto en la obra azoriniana José Manuel Vidal Ortuño, se sumergen en las páginas de títulos como Los pueblo, La ruta de Don Quijote o Doña Inés, desentrañando la prosa delicada y precisa de un autor que supo captar como nadie el alma de España. No es tarea fácil: Azorín publicó miles de artículos y un centenar de libros, abarcando desde la novela hasta el ensayo, pasando por el teatro y la crónica periodística. Su estilo, depurado y lírico, es un ejercicio de observación minuciosa, una mirada que se detiene en lo cotidiano para elevarlo a categoría artística. Sin embargo, como ocurre con otros grandes nombres valencianos —Blasco Ibáñez, Max Aub, Vicent Andrés Estellés—, su reconocimiento parece haberse diluido en el aire cálido de esta tierra que lo vio nacer, con la digna excepción de los premios Azorín de literatura que concede cada año la Diputación de Alicante y la editorial Planeta.

Azorín, en el Congreso de los Diputados, en 1927
Vidal Ortuño, yeclano de nacimiento y azoriniano por vocación, conoce bien esta paradoja. Creció en una región marcada por la impronta del escritor y tuvo la fortuna de ser alumno de una sobrina nieta de Azorín, María Martínez del Portal. Para él, el olvido que rodea al autor es una herida abierta. “Fue un hombre admirado en vida, respetado e imitado, pero tras su muerte cayó sobre él una losa de silencio”, explicaba ayer a la agencia Efe. La conmemoración del 150 aniversario de su nacimiento, en 2023, fue discreta, casi tímida, y este club surgió como respuesta a esa indiferencia. “Queremos ponerlo de moda, devolverlo a la actualidad”, añadía. La acogida fue esperanzadora: una veintena de personas acude puntualmente a las tertulias, donde se descubren facetas inesperadas del autor, desde su dominio del lenguaje hasta su preocupación por el paso del tiempo o su conexión casi mística con los paisajes castellanos y levantinos.
Una veintena de personas acude puntualmente a las tertulias, donde se descubren facetas inesperadas del autor
Azorín fue, en muchos sentidos, un adelantado a su época. Defendió la independencia de la mujer en una sociedad anclada en el conservadurismo, abrazó las vanguardias sin renunciar a la tradición y su influencia se extendió a autores posteriores como Antonio Buero Vallejo. Su capacidad para reinventarse —desde sus inicios como periodista radical hasta su etapa más reflexiva y estilizada— lo convierte en un espejo en el que mirarse. Sin embargo, su nombre hoy resuena más en los manuales de literatura que en las calles de Monóvar, su pueblo natal, donde una casa-museo guarda los objetos que acompañaron su vida.
El club, consciente de que la obra de Azorín no puede entenderse sin el contexto de su generación, ha creado la sección 'Amigos de Azorín', dedicada a autores como Pío Baroja —con 'La Busca'— o Unamuno —con 'San Manuel Bueno, mártir'—. En septiembre, la tertulia se centrará en Mario Vargas Llosa, quien en su discurso de ingreso en la RAE rindió homenaje al escritor alicantino. Pero su ambición va más allá de las paredes de la biblioteca: planean excursiones literarias a los lugares que marcaron su vida, desde Yecla hasta Petrer, porque Azorín, como España misma, se explica a través de sus paisajes.

Azorín en una imagen en su casa
Alicante tiene una deuda con su hijo más universal. Rescatar su memoria no es solo un acto de nostalgia, sino un ejercicio necesario para entender una parte esencial de nuestra cultura. En un mundo acelerado, donde todo parece efímero, la prosa serena y meditabunda de Azorín nos recuerda el valor de detenerse a mirar. Como escribió en 'Castilla': “La vida es una cosa maravillosa. Ver, ver, ver... ver siempre y comprender.” Quizás, entre las páginas de sus libros, los alicantinos encuentren por fin el espejo en el que reconocerse.
Vida, obra y olvido de un maestro de la Generación del 98
José Martínez Ruiz, Azorín (Monóvar, 1873 – Madrid, 1967), encarna como pocos la esencia de la Generación del 98. Maestro de la prosa precisa y el detalle revelador, transformó la literatura española con su mirada microscópica sobre el paisaje, la historia y los pequeños gestos que definen un país. Su seudónimo, tomado de sus primeros personajes rebeldes, acabó simbolizando su estilo: frases cortas, ritmo meditado y una obsesión por captar lo efímero.
Periodista, novelista, ensayista y dramaturgo, Azorín fue un espectador lúcido de España. En obras como Castilla (1912) o La ruta de Don Quijote (1905), convirtió pueblos polvorientos y viejas catedrales en símbolos de una identidad en crisis. Su evolución —del anarquismo juvenil a un conservadurismo elegante— refleja las tensiones de su tiempo, pero nunca perdió su curiosidad por lo nuevo: defendió el cine como arte y admiró a Proust mientras reivindicaba a los clásicos.
Olvidado tras su muerte, hoy se le recuerda por su influencia en autores como Buero Vallejo o por frases que resumen su filosofía: “La vida es ver, ver, ver. Ver y comprender”. En Alicante, tierra que lo vio nacer pero que a menudo lo ignora, su legado espera, entre páginas amarillas, a ser redescubierto.