El historiador Peter Englund tituló La belleza y el dolor de la batalla su monumental trabajo sobre la Primera Guerra Mundial, una recopilación en más de doscientos pasajes de cartas, diarios, fotos, de veinte personas que vivieron la llamada Gran Guerra. El impacto que producen los testimonios crudos y sinceros de los protagonistas que revive ese libro conmueve de un modo muy agudo, muy hondo, sin el filtro de la pericia narrativa de un autor interpuesto.
Algo así ha pretendido Marcello Peres en su documental sobre el exilio republicano en el norte de África Contraluz, al ceder la voz, sin la imposición de un montaje impaciente, a esa niña del Stanbrook que hoy es una lúcida anciana, o a esos hijos, nietos, que recuperaron diarios, cartas y relatos orales de sus mayores en la busca de respuestas a su propia historia, la que les hizo crecer lejos del país ingrato que expulsó a sus mayores, la que no les permitió conocer al padre que nunca volvió, la que les explique el silencio de aquel abuelo que nunca quiso hablar.
Hubo que habilitar una pantalla secundaria en el amplio espacio de la vieja estación y así y todo faltaban sillas para todos
La sala que había previsto Casa Mediterráneo para su estreno se quedó pequeña, hubo que habilitar una pantalla secundaria en el amplio espacio de la vieja estación y así y todo faltaban sillas para todos. Andrés Perelló, director de la Casa y anfitrión del evento, dio una elocuente bienvenida a los asistentes, entre los que se encontraban varios de los protagonistas de este imprescindible documento.
Luego tomó la palabra Javier Moreno, presidente de la Fundación Domingo Malagón, que coproduce el documental. “Hay que recordar que en este país, a día de hoy, sigue habiendo desaparecidos”, señaló, “y sigue habiendo personas, como los protagonistas de este documental, que tuvieron que dejar su país por motivos de persecución política, y esas personas, ellas y ellos, se merecen un homenaje constante”.
Tenemos que seguir defendiendo la memoria democrática donde estemos; ser demócrata significa ser antifascista, sin complejos”

Una sala abarrotada en Casa Mediterráneo asistió en silencio a la proyección de 'Contraluz, memorias del exilio republicano en el norte de África'.
Moreno se refirió a la oportunidad de este trabajo, en un momento de ascenso de la ultraderecha que, allí donde participa en el gobierno, tiene como objetivo acabar con “las leyes de igualdad de género y las leyes de memoria”. “Ellos lo tienen claro” concluyó, “así que hago un llamamiento a que nosotros también tengamos claro que tenemos que seguir defendiendo la memoria democrática donde estemos; ser demócrata significa ser antifascista, sin complejos”.
El director, Marcello Peres, agradeció la acogida de Alicante tanto a este estreno como a la proyección el día anterior en la Universidad del primero de su trilogía del exilio, Toulouse La Rouge, centrado en Francia. Peres explicó que “estas historias tan potentes merecen ser escuchadas de principio a final”, razón por la que optó por mantener parlamentos más largos de lo usual en el acelerado mundo de hoy.

Republicanos españoles en la cubierta del Stanbrook, en el puerto de Orán.
Lo agradeció Evelyn Mesquida, alicantina y autora del libro 'La Nueve, los españoles que liberaron París', sobre el histórico batallón de republicanos que formaron parte de la vanguardia que tomó a los nazis la capital francesa. Varios de los miembros de aquel grupo habían sufrido al comienzo de su exilio las penalidades que muestra el documental y la escritora, que asistió al estreno, aprecia positivamente que las historias que los protagonistas relatan se respeten en su integridad.
“Dejando hablar a estas personas”, argumenta Mesquida, “se pude concienciar mucho mejor a los espectadores que en otros documentales que se han hecho; aplaudo que el director haya tenido el coraje de dejarlos hablar”. Considera que de esa forma el mensaje llegará de forma más eficaz, será más comprensible, para las generaciones que no conocen lo que pasó. “Tiene que mostrarse en los colegios”, opina.

María Egea Muñoz, 'Uca', que tenía cinco años cuando con su familia escapó en el Stanbrook del capitán Dickson hasta Orán.
A la autora le gustó que “aunque naturalmente los testimonios transmiten el sufrimiento, el silencio, la angustia de la separación... todo eso está ahí, pero es bonito que varios de ellos hay una necesidad de que se comprenda aquel momento, para que no llegue más, un deseo de paz; contarlo para que el silencio no siga haciendo daño”.
Una voz en off sostiene el relato cronológico desde los últimos días de la guerra en el puerto de Alicante, o en el de Cartagena, o en el aeródromo de Monóvar, hasta la liberación que para algunos llegó tarde, a otros les llevó a continuar batallando en los campos de Francia y a otros muchos a comenzar de cero fuera de su patria. Los testimonios se suceden, emotivos, sobre imágenes en blanco y negro de los mercantes salvadores, de los desérticos campos de trabajo, de hombres arracimados en las minas, abrasados al sol trasladando traviesas del transahariano, sacando fuerzas de flaqueza para entretener el tiempo en competiciones deportivas... se suceden las historias que hablan de la crueldad y el maltrato con que aquellos exiliados fueron injustamente castigados, pero también de la humanidad y los valores que dejaron a los suyos como herencia, la más valiosa herencia.
”Es una historia contra el tiempo, a contraluz, contra corriente, contra todo”, explica el director. “Es uno de los exilios más desconocidos, incluso compañeros míos de la Universidad de Barcelona desconocían que hubiera habido exiliados republicanos en el norte de África”, añade. Razón suficiente para hacerlo, como decía la vieja crítica cinematográfica, de visión imprescindible.