Hoy, comida de homenaje
Hoy hay homenaje entre manteles para Rosa Gil en Casa Leopoldo, el que fue su restaurante, en el que nació y vivió (hasta hace siete años, que lo traspasó). Acuden a la comida-homenaje en calle Sant Rafael periodistas, artistas y escritores, comensales que compartieron manteles en Casa Leopoldo largos años. Organizan el homenaje los actuales propietarios (grupo Banco de Boquerones) con el matrimonio Sofía Matarazzo-Bruno Balbás al frente: Rosa Gil les agradece haber rescatado –hace un año– los tradicionales platos de su carta y el aura bohemia y estética que atesoró Casa Leopoldo por tres generaciones. Foro vibrante en el barrio chino (Raval), supo plasmar el aura del lugar y de su dueña Arturo San Agustín en La nena del Leopoldo: una crónica de Barcelona (El Aleph).
Su plato estrella de Casa Leopoldo era...
Rabo de toro. Suculento.
¿Qué más servían?
Tripa y capipota. Albóndigas con sepia y habitas. Rehogado de cigalitas con almejas. Turbot, lubina a la plancha... Cocina tradicional catalana.
Su favorito era...
Como Vázquez Montalbán, ¡todos!
Hay una mesa con su nombre...
Comía ahí. Hacía comer ahí a su Carvalho.
No era el único escritor.
Juan Marsé: todo le parecía rico también. Eduardo Mendoza: amante del pescado... Han comido aquí ilustres escritores.
Algunos, hoy, le homenajean a usted.
¡Lo he aprendido todo poniendo el oído mientras les atendía! Y leyendo lo que me recomendaban. Ya han desaparecido muchos, Martí Gómez, Joan de Sagarra...
Habrá visto de todo en esa sala...
A Lola Flores y Manolo Caracol pegándose. A Orson Welles y Rita Hayworth. A Sabina rogando “¡almejas, almejas!”. A Édith Piaf. A Juliette Binoche escupiendo...
¿Desde cuándo existe el restaurante?
Desde 1929. Yo nací en el año 1949, en el restaurante mismo.
¿Vivían ahí sus padres?
Al fondo, sí, y mis abuelos. Había fundado el restaurante mi abuelo Leopoldo Gil, emigrado desde Mosqueruela, en Teruel. Al llegar había vivido en las chabolas que había en las laderas de Montjuïc.
Y tuvo que espabilar.
Lo hizo. En Montjuïc toreaban maletillas, modo de salir de pobre. Al restaurante venían toreros locales, Joaquim Bernadó, Enrique Patón... Había mucha afición en Barcelona, y venía el empresario Balañá... ¡que salvó la vida a mi padre, Germán Gil!
¿Y eso?
Mi abuelo Leopoldo, para evitar que enviasen a su hijo al frente de guerra con los de la quinta del biberón, pidió un favor al patriarca Balañá: “¡Don Pedro, envíe por ahí a Germán de maletilla, por favor!”.
¿Y le envió?
El joven Germán acabó toreando en Salamanca, dónde “aprendí a quedarme quieto en la cara del toro”, le oí decir.
Mejor una cornada que un balazo.
Tras la guerra toreó novilladas en Figueres, Olot, Tarragona... Pero se reintegró al negocio del restaurante. Ya se había ganado el apodo de Germán el exquisito .
Un buen sobrenombre, ¿no?
Mi padre era apuesto y elegante. Y se casó con la chica del portal colindante.
La madre de usted.
De familia humilde también: en ese portal tenían su tienda de legumbres cocidas, Legumbres La Perla. “¡Póngamelas con suco (jugo)!”, pedían las clientas.
Y matrimoniaron a la moza de las legumbres y el mozo del restaurante.
Tenían veinte años y mi madre sabía que todas las mujeres coqueteaban con su Germán. “¡Prefiero un bombón compartido que una mierda para mí sola!”, decía.
Algo parecido me contó Asunción Balaguer de su guapo marido Paco Rabal...
Personalidades de la época, como Andrés Andrade el Nene , que vi en el restaurante: hombre educado y culto, componía letras para Concha Piquer y se iban de gira.
¿La Piquer también comía en el restaurante Casa Leopoldo?
Sí, y con ella aprendí el Romance de la otra : ”Yo soy la otra, la otra / Y a nada tengo derecho / Porque no llevo un anillo / Con una fecha por dentro”.
¡Qué bien canta usted, doña Rosa!
Miguel de Molina estuvo aquí y entraron unos brutos y le raparon por maricón. Yo me enamoré de José Falcão, guapo torero portugués, que me dijo: “Me conviene sentar cabeza: me caso... pero no te amo”.
¡Muy sincero! ¿Y se casó usted con él?
¡Sí! Yo estaba muy ¡muy! enamorada. En eso fui como mi madre: ¡mejor un bombón compartido que una mierda para mí sola!
¿Falcão se lo hizo pasar muy mal?
Sin queja. Un día estábamos cerca de Portugal y él salió con unas admiradoras... y no volvió a cenar. Me acosté. Pero en la radio oí que Lisboa cantaba a la revolución...
¿...De los claveles?
¡Sí! Salté de la cama, me fui a Lisboa y puse claveles en los fusiles de los militares. José me encontró exultante. Y... yo no dejé de trabajar en la sala de Casa Leopoldo.
¿Y José Falcão, qué hacía mientras?
Iba y venía. Una noche me hizo el amor ¡por primera vez! Ocho meses después de casados. Se despidió con su mano en mi vientre. “La cuidarás muy bien”, me dijo.
¿Supo su marido que aquella noche le había dejado embarazada? ¿De una niña?
Sí, tal cual. Y se fue a torear en la Monumental. Era la tarde del 11 de agosto de 1974. José tenía 31 años. Le mató el toro Cucharero. A los nueve meses nacía mi única hija. He vivido viuda. Pero alegre.