La sordera del cardenal Re

El nuevo Pontífice

Los entresijos del cónclave tardarán años en conocerse con detalle

VATICAN CITY, VATICAN - MAY 04: Cardinal Giovanni Battista Re (right) and Cardinal Pietro Parolin attend the ninth Novendiale Mass during the mourning period for Pope Francis in Saint Peter's Basilica on May 04, 2025 in Vatican City, Vatican. On May 7, 133 cardinals will enter the Sistine Chapel to begin the papal conclave, the secretive voting process that requires two-thirds majority to elect the new leader of the Catholic Church. The election follows the death of Pope Francis on April 21 at the age of 88. (Photo by Christopher Furlong/Getty Images)

Los cardenales Parolin (izquierda) y Re (derecha) concelebran una misa tras la muerte de Francisco

Christopher Furlong / Getty

El cardenal Re es sordo. A sus noventa y dos años, el decano del Colegio de Cardenales debe activar un audífono para captar los sonidos de este mundo. Habla con un tono alto, siempre alto, como les ocurre a tantas personas ancianas. “Hace poco coincidí con el cardenal Re en un concierto en Roma y en el tiempo de espera oí toda la conversación que mantenía con otro notorio cardenal”, comenta un eclesiástico que frecuenta el Vaticano.

Giovanni Battista Re (Borno, Lombardía, 1933) habla alto y ello contribuyó a que un micrófono abierto captase con claridad el comentario que le hizo al cardenal Pietro Parolin poco antes de comenzar el cónclave, cuando se intercambiaron la paz en la misa Pro eligendo pontifice . Un comentario que quería ser un susurro y acabó superando la barrera del sonido: “Felicidades por partida doble”.

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Felicidades por presidir el cónclave [Parolin es el decano de los cardenales con derecho a voto] y felicidades por una elección que un sector de la curia daba casi por segura. El anciano cardenal Re, miembro del cuerpo diplomático de la Santa Sede, ha trabajado casi toda su vida en la Secretaría de Estado, de la que fue número dos durante el pontificado de Juan Pablo II. Es un curial muy respetado, pero habla alto. El micrófono hizo su trabajo, sus augurios se hicieron virales en las redes y acabaron en los telediarios. Mucha gente se fue a dormir pensando que la elección ya estaba decidida. La curia –el aparato vaticano- lo tenía todo atado y bien atado. Eso parecía.

Y al día siguiente, jueves, se cumplió la vieja profecía romana: “El que entra Papa, sale cardenal”. ¿Influyó el comentario de Re? Las alas del Espíritu Santo son muy sensibles a la vibración del aire en la Capilla Sixtina, pero quizás pesó más otro detalle, menos publicitado, menos vistoso, menos viral. En su homilía del miércoles, Re no nombró para nada al papa Francisco. Diez días antes, el mismo cardenal decano había pronunciado el discurso de despedida en los funerales del pontífice fallecido. Un texto muy bien articulado, muy profesional, con algunas notas de calidez humana, que fue muy elogiado. Cerrada la tumba, silencio sobre Francisco. Pasemos página.

En la misa anterior al cónclave no hubo ninguna mención a Francisco, ese silencio pesó y disgustó

El jueves por la tarde, una hora después de la fumata blanca, cuando el inesperado León XIV se asomó al balcón de la basílica de San Pedro, lo primero que hizo fue referirse a Francisco para reivindicar su legado. Ayer por la tarde, el nuevo Papa visitó su tumba en Santa María la Mayor. 

Hay que ser cautos ante los relatos que se están publicando sobre lo ocurrido en el cónclave. Los cardenales juran guardar secreto so pena de excomunión y en Roma el arte del rumor y la falsa versión es muy refinado. Hay una expresión italiana preciosa para referirse a esas cápsulas: i veleni (las maldades tóxicas).

Han transcurrido veinte años desde la muerte de Juan Pablo II y aún se están publicando nuevas versiones sobre el cónclave que eligió a Benedicto XVI en abril del 2005. La narración más consolidada decía que el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio (futuro Francisco) recibió el apoyo testimonial del sector progresista por indicación expresa del cardenal Carlo Maria Martini, arzobispo de Milán, jesuita, figura de gran prestigio intelectual, que había actuado de contrapeso ante la potente personalidad de Karol Wojtyla. Después de tres votaciones, Bergoglio habría pedido que dejasen de apoyarle para facilitar que Joseph Ratzinger alcanzase los dos tercios requeridos. Quería la unidad. Esa generosidad de Bergoglio en el 2005 habría jugado a su favor en el cónclave del 2013, cuando desbancó la candidatura de Angelo Scola, arzobispo de Milán, eclesiástico vinculado al movimiento conservador Comunión y Liberación, candidato preferido por la curia después de la sorprendente renuncia de Benedicto XVI.

Tras la elección de Karol Wojtyla en 1978, el papa de Roma ha dejado de ser un cardenal italiano

El historiador Alberto Melloni, autor de un reciente libro sobre la historia de los cónclaves, ha introducido un significativo matiz a esa versión. Efectivamente, en el 2005 Bergoglio habría obtenido 40 votos fijos que operaban como minoría de bloqueo, pero no todos provenían del sector progresista. El cardenal Martini no pidió el voto para el cardenal argentino, por viejas discrepancias en la Compañía de Jesús.

Según Melloni, Bergoglio recibió voto conservador orientado por el cardenal Camillo Ruini, presidente del episcopado italiano, que buscaba desalentar a Ratzinger. Este había dado a entender que solo estaba dispuesto a ser elegido si era apoyado de manera indiscutible y rapida. No quería someterse a una votación extenuante. Con una hábil jugada de billar, Ruini quería cansar al cardenal bávaro, para ser él el candidato ganador. El voto a Bergoglio era una estratagema. Ratzinger estuvo a punto de renunciar. Después de la tercera votación, en la que todo seguía bloqueado, Ratzinger acudió a almorzar con los demás cardenales, en la hostería de Santa Marta, con sótana negra, en señal de renuncia. El arzobispo de Buenos Aires pidió, efectivamente, que no le votasen más, y Martini también se movilizó para desbaratar la maniobra de Ruini. ¿Qué había pasado? El partido italiano se había organizado para recuperar la cátedra de San Pedro, perdida después de la elección del polaco Wojtyla en 1978.

Camillo Ruini intentó ganar en el 2005, Angelo Scola en el 2013, y Pietro Parolin ahora, las tres veces sin éxito

Desde aquella fecha nunca más ha habido un papa italiano. Ciertamente, la unidad nacional de Italia no cristalizó hasta 1861, es por tanto un hecho histórico reciente, pero los sentimientos de pertenencia a un cierto espacio común están vigentes desde el nacimiento del Imperio Romano. Durante siglos, el obispado de Roma se lo disputaban las principales familias patricias de la ciudad y de los demás principados itálicos, con muy pocas incursiones exteriores. (Los Borja valencianos, los italianizados Borgia, en el siglo XV). Se ha roto una tradición de siglos y el sistema Italia (jerarquía eclesiástica, política y medios de comunicación) se siente huérfano. Es una cuestión morfológica. Sin Papa, a Italia le falta algo. Se siente incompleta. “Yo he sido un soldado del Papa”, confesaba Giulio Andreotti, el hombre más influyente en la política italiana durante décadas. Italia sueña con recuperar el puesto. Derecha e izquierda participan de ese sueño. Ruini lo intentó en el 2005. Scola en el 2013. Y Parolin lo ha intentado ahora, con gran elegancia. Todo indica que redirigió rápidamente sus votos en favor de Prevost al ver que su candidatura no avanzaba por falta de apoyos suficientes de la mayoría bergogliana . El Secretario de Estado era el candidato de la curia, con fuerte apoyo mediático italiano.

Con gran finura, Parolin publicó ayer una carta en un diario local de la provincia de Vicenza (Véneto), de la que es oriundo, para dar las gracias por el apoyo recibido estos días, indicando que ha prevalecido una lógica diversa: “la lógica de la fe y de la Iglesia”. El Secretario de Estado se deshace en elogios de Robert F. Prevost, León XIV.

Dentro de veinte años quizás tengamos más detalles.

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