Diez meses después de las elecciones generales que llevaron a Keir Starmer al 10 de Downing Street, los ingleses volvieron ayer a las urnas –esta vez en unas municipales– para evaluar cómo el Gobierno laborista ha aguantado el contacto con la realidad del poder, si los conservadores han empezado a recuperarse de uno de los mayores batacazos de su historia, y si hay que tomarse en serio el avance de la ultraderecha populista de Nigel Farage.
Resumiendo mucho, la respuesta a la primera pregunta parece que va a ser que mal; a la segunda, que no, y a la tercera, que sí. Aunque solo se ha votado en algunas regiones de Inglaterra (pero no en Escocia, ni Gales ni Irlanda del Norte), la percepción generalizada –confirmada por los sondeos– es que la llegada del Labour no ha acabado con el creciente desencanto con los políticos tradicionales, sino todo lo contrario, y que un número cada vez mayor de ciudadanos desean disponer de opciones nuevas.
Las elecciones locales de ayer en Inglaterra apuntan a un avance de la ultraderecha, los liberales y Verdes
Las municipales son un barómetro de utilidad limitada para pronosticar cambios atmosféricos bruscos en la política, porque mezclan factores nacionales y muy locales en la configuración del voto, están circunscritas geográficamente, y la ciudadanía las suele utilizar para castigar a quien gobierne en ese momento. Pero si ahora se les presta atención, muy bien podrían advertir del equivalente de un apagón como el del lunes en la península Ibérica, en este caso por motivos bastante evidentes.
Uno de ellos es la fatiga con el bipartidismo que ha dominado la política del Reino Unido (el duopolio Labour- tories ) en un momento en que la gente se informa por unas redes sociales que les dicen que todos los que mandan son iguales, y proponen soluciones sencillas (como si las hubiera) a cuestiones complejas, como la gestión de la inmigración, la falta de crecimiento económico, la desigualdad en el reparto de la riqueza... Todo ello en un contexto de cuestionamiento de los efectos de la globalización e irritación profunda con el incremento del coste de la vida.
El Labour obtuvo en julio la mayoría absoluta, pero con tan solo un 33.7% de los votos, beneficiándose al máximo del sistema electoral mayoritario y del deseo generalizado de poner fin como fuera a 14 años seguidos de mandato conservador. La entrada en la atmósfera de Keir Starmer ha estado llena de turbulencias, y su popularidad (que nunca fue muy alta) se ha desplomado. Las circustancias económicas (tarifas, guerra comercial, aumento del coste de la deuda...) tampoco le han favorecido.
Para alivio suyo, peor todavía están los conservadores a pesar del cambio de líder, habiendo caído todavía más bajo que en las elecciones de julio. Kemi Badenoch no ha logrado enderezar el rumbo de una formación que resiste a plantearse las causas de su declive, está obsesionada con la guerra cultural, la inclusión y la diversidad, pero no ofrece alternativas a la crisis económica. Todo apunta a que perderá centenares de concejales que ganó en pleno apogeo de Boris Johnson durante la pandemia.
¿A dónde van a ir los votos de todos esos que están decepcionados con el Labour y no perdonan a los tories ? La respuesta es a Reforma, el partido de ultraderecha de Nigel Farage, a los liberales demócratas (proeuropeos de centro), a los Verdes y a candidatos independientes. Fragmentación y crisis del bipartidismo.