El anuncio de Donald Trump de que piensa imponer un 25% de aranceles a la UE es un paso más en su guerra arancelaria con el mundo con el objetivo de reducir el déficit comercial de EE.UU. Unos días antes había propuesto multas millonarias a los barcos construidos en China (la mayoría de la flota mundial) que escalan en puertos americanos. Un ataque a la línea de flotación del comercio marítimo global.
Veremos qué acaba realmente ocurriendo con estas medidas y el resto de las anunciadas por el presidente estadounidense y su equipo comercial, liderado por el secretario de Comercio, Howard Lutnick, y el principal asesor de Trump en la materia, Peter Navarro. Dos personajes con perfiles distintos pero idénticas obsesiones: aranceles y China.
Los aranceles que pueda imponer Trump no deberían asustar a la UE
De momento, el principal damnificado de la embrionaria guerra comercial es la frágil estructura del derecho económico internacional. Los dos principios básicos de la Organización Mundial del Comercio —la cláusula de la nación más favorecida y, sobre todo, el compromiso de no desliberalizar— difícilmente resistirán el huracán Trump, salvo que el resto de sus miembros se comprometan a defender el multilateralismo y aíslen a EE.UU. en esta política. No parece ser el camino que estén tomando China y la UE, que deberían actuar colegiadamente para ello, lo que actualmente se antoja difícil.
La cacareada guerra arancelaria de EE.UU. debería preocupar mucho a sus vecinos cercanos, México y Canadá sobre todo, pero menos al resto del mundo, salvo que ello se acompañe de amenazas militares creíbles. Ni China ni la UE dependen excesivamente de las ventas a EE.UU., por lo que los aranceles que pueda imponer Trump no deberían asustarles en demasía.
EE.UU. representa ya menos del 15% de las exportaciones totales de China. Las de muchos países de la UE están por debajo del 10%. En el caso de España, son cercanas al 5%. Estas son solo las exportaciones que se verían afectadas por los nuevos aranceles. Si nos fijamos, por ejemplo, en las estadísticas del 2024 del puerto de Barcelona, las exportaciones de mercancías en barco a EE.UU. representaron el 9% del total. Para ponerlo en contexto, solo la nueva regulación de deforestación de la UE, que somete a estrictos controles la exportación e importación de siete productos (soja, cacao, bovino y madera, entre otros) afecta a un 20% de las importaciones al puerto de Barcelona y un 6% de sus exportaciones.
Atendiendo a este panorama, la respuesta lógica de la UE debería ser enarbolar la bandera del multilateralismo y el derecho económico internacional, reforzar el mercado interior y la estructura de las instituciones europeas, soltar amarres políticos y económicos con EE.UU., acercarse a los países de Extremo Oriente —empezando por China— e intentar consolidar unas relaciones comerciales fructíferas con África, el continente que liderará el crecimiento económico mundial en el siglo XXI y que contiene algunas de las reservas de minerales, metales y tierras raras más importantes del mundo. Nuestro pasado colonial y presente político convulso no nos lo pone fácil, pero el esfuerzo merece la pena.