Hacía 15 años que Jafar Panahi no acudía a ningún festival internacional. El cineasta disidente iraní tenía prohibido salir de su país, pero este miércoles acudía en persona a la esperada rueda de prensa para presentar Un simple accidente en el festival de Cannes, que se ha situado ya en una de las máximas favoritas en la carrera por la Palma de Oro. Durante su proyección de gala anoche fue largamente ovacionada. Rodada de forma clandestina, critica la brutalidad del régimen iraní con una historia sobre un grupo de prisioneros políticos que intenta vengarse de uno de sus agresores.
El galardonado director, de 64 años, ha asegurado que los siete meses que pasó en la prisión de Evin, en Teherán, hasta febrero de 2023, inspiraron su última historia, plagada de ironía y momentos de humor, pese al innegable drama de trasfondo. “Una de las características del pueblo iraní es su sentido del humor. Este régimen ha estado intentando durante más de cuatro décadas imponer tragedia, lágrimas y sufrimiento a los iraníes, pero ellos siempre encuentran el humor y las bromas”. “La película -ha proseguido- no la hemos hecho nosotros, la ha hecho la República Islámica, es la República Islámica la que nos encarcela. Por eso deben saber que cuando encarcelan a un artista tienen que asumir las consecuencias”.

Fotograma de la película
Panahi fue condenado en 2010 a seis años de prisión y a 20 años sin realizar filmes, ni escribir guiones ni viajar al extranjero ni dar entrevistas. ¿La razón?: “propaganda contra el sistema” de la República Islámica de Irán. Salió bajo fianza, fue detenido de nuevo en julio de 2022 por protestar por la detención de los cineastas Mohamad Rasoulof y Mostafa Ale Ahmad y fue encarcelado hasta febrero de 2023.
Con Un simple accidente incumple la prohibición de no hacer películas, como ya hizo con Tres caras, premio al mejor guion en Cannes en 2018, o Los osos no existen en 2022, ganadora del premio especial del Jurado en Venecia mientras él estaba en prisión. Sin embargo, no le importa lo que le pueda pasar ahora. “Lo que más importa es que la película se haya hecho. Estoy vivo mientras haga películas. Es lo único que sé hacer”, ha manifestado entre los aplausos de los periodistas Panahi, uno de los más influyentes directores de la llamada nueva ola del cine iraní.
Este régimen ha estado intentando durante más de cuatro décadas imponer tragedia, lágrimas y sufrimiento a los iraníes, pero ellos siempre encuentran el humor y las bromas”
Confiesa que desconoce el riesgo cuando regrese a Irán, al igual que el resto del equipo de este filme que narra cómo por un simple accidente, un hombre cree ver al torturador que le ha fastidiado la vida y lo secuestra. Pero en el momento de ejecutarlo, empieza a tener dudas sobre su identidad y decide buscar a víctimas como él, encarcelados y torturados sin razón, para que le ayuden a corroborar quién es.
Oso de Oro de la Berlinale por Taxi Teherán (2015), Panahi explicó que sus filmes “respiran” lo que él vive. “Hasta ir a la cárcel era la sociedad iraní, la vida cotidiana normal en lo que me fijaba, pero una vez que entras en la cárcel me influenció todo lo que vi a mi alrededor”.

Jafar Panahi coge en brazos a la niña de la película ante la mirada del resto de actores: Mariam Afshari, Majid Panahi y Hadis Pakbaten
Y aunque aseguró que ha buscado expresamente no hablar de forma directa de la violencia, “porque la violencia se aloja en la violencia”, sí es evocada por cada uno de los personajes y de maneras diferentes para reflejar la variada realidad de la sociedad iraní. Panahi ha explicado que estuvo encarcelado en una celda de 1,5 por 2,5 metros. Para ir al baño lo llevaban con los ojos vendados. Le interrogaban hasta ocho veces por día. Pero aseguró que no se rendirá. “Durante mi prohibición de hacer cine durante 20 años incluso mis amigos más cercanos se han rendido. Pero yo busco soluciones”.